«Los nuevos puritanos no pertenecen, en realidad, a ningún país en concreto, sino que ejercen como representantes de la moral única, aquella que todos debemos aceptar con la misma naturalidad con que asumimos que el capitalismo es el único modelo aceptable. Para ese nuevo puritanismo, es perfectamente lógico sustentar la gigantesca industria de la pornografía mientras se decide quién debe ser reo de inmoralidad. El nuevo puritano sabe distinguir nítidamente entre la depravación y el mercado, siendo este último, por esencia, inocente de todo cargo.Los puritanos
Lo auténticamente insoportable para la alianza entre puritanismo y pornografía es el erotismo, o la libertad e incertidumbre que éste comporta frente a la obscenidad del maniqueísmo moral. En nuestros medios de comunicación el cuerpo oscila entre la presentación en la carnicería y el sometimiento en el tribunal, entre la utilización y la condena. La prensa amarilla y la televisión container lo exhiben y lo destrozan con igual facilidad. La inmediatez que se exigen al puritano y al pornógrafo choca con la complejidad del descubrimiento erótico.
Y quizá sea este antisensualismo de nuestra sociedad, camuflado en un asfixiante exhibicionismo mercantil, el que explica hechos en apariencia tan ridículos como el de la acusación contra el perverso Lucian Freud por su último cuadro. Pero al puritano pornógrafo que lo desee se le podría dar, además de los nombres de Gauguin y Nabokov, una larga lista de pervertidos: Sócrates -¿recuerdan a Fedro?-, Dante y Petrarca -¿recuerdan a Beatriz y a Laura?-, y la mayoría de los pintores del Renacimiento.
Para el puritano todo es sospechoso de perversión, menos la pornografía.»
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