12 marzo, 2005

Sexo y psiquedélicos

Mariano Antolín Rato: un veterano de la psiquedelia
Mariano Antolín Rato

Sin proponérmelo, he dejado casi para el final la breve información sobre uno de los efectos más llamativos y discutidos de los psiquedélicos: su poder afrodisíaco.

El sexo y los psiquedélicos se han unido desde siempre, como señala Allegro en su libro lleno de materiales fascinantes y de conclusiones bastante discutibles (18).
Sexo y cannabis se consideran detenidamente en un informe inglés bastante reciente y fiable (19) que estudia los efectos de ese producto. La conclusión estadística es que, por inmensa mayoría, los consumidores de marihuana, hashish y demás derivados, admiten que, de diversas formas, sus capacidades sexuales y su disfrute sufre un notable incremento. Mi experiencia está de acuerdo.

Leary, en su famosa entrevista de 1966, en la revista Play Boy, apuntaba que la capacidad afrodisíaca del LSD constituía una de sus propiedades más importantes y también uno de sus mayores secretos.

A partir de entonces, las opiniones difieren. Unos dicen que es afrodisíaco sólo en el sentido de su capacidad para aumentar las experiencias sexuales cuando éstas ocurren, pero no las desencadena. Otros aseguran que el LSD aumenta únicamente el erotismo mental, lo que no implica que haya una reacción equivalente en el plano físico. Así, cuando se hace sexo en ácido, el incremento se refiere a las ilusiones, distorsiones, formas, pero no a la realidad: no hay mayor número de orgasmos, por ejemplo.

Resulta casi innecesario señalar que se puede argüir con toda justicia que en el sexo la sensación es realidad. Por mi parte (y coincidiendo con tantos) quiero señalar que siempre he experimentado un aumento de intensidad en el placer, y que el juego erótico (y pornográfico, si se quiere) resulta incomparablemente divertido y placentero. Es como si uno sintiera renacer toda su sexualidad. Se diría que tiene lugar una recuperación de todo tipo de experiencia sexual previa, real o imaginaria. La historia sexual, incluso la que se desarrolla sin salir de la mente, se pone en acto y de un modo tremendamente gozoso.

Sin embargo, no parece que esto sea norma universal. Algunos de mis amigos/as que tienen actividades sexuales de modo regular y, según dicen (y no tengo motivo para dudar de ello), plenamente satisfactorias, viajando en ácido no manifiestan, ni se proponen, ningún tipo de comportamiento sexual explícito. Ante esto, suelen decir que simplemente el asunto no les interesa entonces.

En mi opinión (y como siempre apoyándome además en experiencias propias y observadas y escuchadas y leídas), hacer sexo en ácido, si bien es sumamente placentero, puede resultar psíquicamente arriesgado. Hay momentos en los que la imaginería evocada a partir del compañero/a parece, cuando menos, chocante. Uno se encuentra follándose, en momentos alternativos y simultáneos, desde una iguana, pongo por caso, al cuerpo compendio amplificado de todos los glamores peliculeros. Una chica que conozco se sintió violentamente violada durante un viaje de ácido y pudo disfrutar del hecho sin ningún riesgo ni molestia subsiguiente: estaba en su casa, en su cama y con su ligue habitual (por otra parte, persona totalmente pacífica y hasta un poco tímida a la hora de hacer sexo). Debido a esto, se comprende que algunas personas se asusten y desquicien más allá de lo controlable por sí mismas.

Una vez, fui testigo de un caso de este tipo. Y las personas implicadas, aún después de haber bajado por completo, continuaron sufriendo desajustes (sociales y sexuales) porque no podían aceptar la iconografía sensitiva que se había suscitado durante su actividad sexual en ácido. Hablaban de representaciones de padres, hermanos, madres... (ilustraciones para un libro de Freud) que no podían rechazar. Eso les hacía sufrir, y mucho. Se trata del mal viaje de ácido más duradero que he visto. Pero en cuestión de una semana o así ya habían vuelto a su estado habitual, a decir verdad nunca, ni antes, ni después, ni durante el ácido (como se ha visto) excesivamente equilibrado.

Yo mismo he tenido atisbos de algo semejante, pero ante la disyuntiva que se presentaba: cortar el asunto y renunciar al goce, exponiéndome a los riesgos que eso supone, y humillar sexualmente (como entonces me decía) a la imagen suscitada por la persona con quien me acostaba, opté por la segunda alternativa. Y, dispuesto a cargar con las consecuencias de lo que en aquel momento consideraba irreparable transgresión, me encontré en pleno orgasmo sin que la losa de la inflexible ley natural (como la llaman) cayera sobre mí. Losa que, dicho sea de paso, sigue sin haberme aplastado todavía.

Fragmento de Los Psiquedélicos Reconsiderados: (Notas de un viajero incorregible. El LSD a los veinte años de su difusión. Historia, mitos, usos y abusos. El ácido en España)

Encontrado en Mundo Antiprohibicionista

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